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EDUARDO ANGUITA: UN INSTANTE EN EL DESCONCIERTO. VENUS EN EL PUDRIDERO (TEXTO COMPLETO)

_________________

Kíltricas literarias- Luis Gutiérrez Aliste


El año 2017, luego de la muerte de mi madre, no encontré mayor resguardo que la lectura. Casi en un arrebato demencial comencé a adquirir una cantidad absurda de libros, la mayoría; títulos de poesía y narrativa chilena. Malgasté mi herencia, y, cual hijo pródigo, quedé en harapos, muy a maltraer. Mi familia me increpó y terminó esfumándose, me arruiné por completo. Fue un tiempo oscuro donde alimenté mi obesidad con los versos de autores que no nombraré por respeto a quienes, en un momento de tedio, entren en la absurda tarea de leer estas palabras.


Recuerdo que uno de los libros que por ese entonces me decepcionó, fue justamente "Venus en el pudridero". Tenía yo 21 años y era un completo imbécil. No crean que entendía lo que leía, más bien balbuceaba un intento de entendimiento. No pude ver instantáneamente, me demoré, me esforcé, y leí, y leí, hasta que me sobrevino una especie de claridad y despertó en mi el éxtasis de la belleza. Sin embargo, en ese momento, aún con este ánimo nuevo, la poesía de Anguita no logró cautivar mi espíritu.


La lectura de "Venus en el pudridero" me dejó una sensación de insatisfacción, de desconocimiento, "no entendí ni una wea", en el sentido de encontrar absurdo y hasta accidentado el hecho de esta escritura tan intrincada y simbólica. A primera vista, me veo hacia el pasado como un tarado sin demasiadas herramientas. Deseché la idea de considerar a Anguita un poeta, y lo imaginé más como un payaso haciendo malabares. ¡Qué pensamiento más estúpido! ¡Ay! Si pudiera volvería para darme un puñetazo en la cara. Este acto de volver sobre ¿el tiempo? y darme un combo en la jeta, no es más que una referencia directa a la obra de Anguita.


"La obra de Anguita", al releerlo me parece un término ceremonioso, quizás un poco pasado de moda, pero sirve para inaugurar un análisis de los aspectos más trascendentales de un escrito, qué después de todo, parece ser la intención de este pequeño comentario. El año 2021, en un viaje entre Coñaripe y Villarrica, releí el texto de Anguita y los años no pasan en vano. Conmovido, desconcertado, pero esta vez en el territorio del asombro, asumí el rostro de la desconfianza y miré a mi pasado con deseos de desasirlo. No podía creer lo que allí estaba sucediendo, un instante de turbación me hacía girar sobre el vértigo y no podía despegar los ojos de las letras que parecían extraviarse en cada pestañeo. Sinceramente quedé en un estado de alarma, acabé la lectura con una sensación de satisfacción tan contradictoria a la primera experiencia, que no pude sino agradecer mi ánimo de ese entonces. Preso del éxtasis, me embarqué en pensamientos cada vez más distantes, cuestionando los aquís y los ahoras, todo se volvió espuma débil y difusa chocando contra las orillas de lo cierto.


Tal fue mi sorpresa al reencontrarme con este texto, que un riguroso miedo, más parecido al espanto que a otra cosa, se apoderó de mi por un instante, y susurró, sin avaricia, el horror de lo simultáneo. Esta fue la gota que rebalsó mi disputa. ¡Tan equivocado había estado! Gran error. Temí que mis palabras anteriores sobre Anguita fueran recordadas por otros, y que, movidos por mi error, despreciaran, sin saborear, tan prístino tesoro. Acudí rápidamente y recomendé la lectura de "Venus en el pudridero" a cualquiera que hubiera sido contaminado con mi equívoco, con mi idiotez.


Hoy por hoy, y sin temor a errar, puedo nombrar a "Venus en el pudridero", como una de las obras fundamentales de la poesía moderna. Su relectura es necesaria, insisto en esto, "su relectura es necesaria", hágame caso, no se arrepentirá, no solo lea este libro, reléalo, con una mano en la tierra y la otra en el corazón, de esta manera, y si usted ya ha desarrollado el gusto, podrá sentir con mayor destreza el ánimo de su autor.


Una poesía comprometida con el pensamiento, con las grandes dudas, no es común, y menos claro, llevada con la estética y el estilo que desarrolló Anguita. Sin ser preciso, puedo apuntar algunas cosas que me parecen destacables. En primer lugar, es imposible hacer la vista gorda al uso del lenguaje, material e inmaterial, transmigrando los espacios y los escenarios, armando los imposibles, un vistazo a lo sublime, influencia manifestada de un pasado en ruinas. Por otra parte, el tratamiento de la simultaneidad, del cuerpo y el amor sexual son aplacadas por el desborde de la muerte, siempre presente y esperando. Agusanada, la obra de Anguita parece instalarse en una reflexión y trabajo dedicados, cincelados, con ciertos momentos de grave debilidad y otros de asombrosa maestría. Sin lugar a dudas una obra humana, con un gran sentido existencial. Finalmente queda destacar lo obvio, la incursión del autor que abre zanjas en la poesía y deja ver una nueva vertiente de la que podemos beber.


Recomiendo una vez más su relectura, y, para que no digan que soy un bastardo, pongo delante de mí la obra completa de la que he estado hablando, no sea que vengan aquí y me apuñalen buscándola, mejor es sobrevivir un día más y despreciar sus cuchillos, oh hermanos y hermanas de la maldición.



VENUS EN EL PUDRIDERO

Eduardo Anguita


¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío,

a la avenida del sol, mientras un príncipe danza

en vísperas de su coronación?

Yo pienso en el gusano.


¿Oís podrirse los duraznos en el granero,

al atardecer, mientras las fechas del reino

caen de los tronos

y el viento las amontona, las dispersa y olvida?

Yo pienso en el gusano.


Si veis montar el agua de la noria,

como un niño fijamente asomado al brocal

frente a frente al abuelo,

y se siente el beso de los amantes como una hoja seca

que el pie del tiempo aplasta crepitando:

¿los amantes están muertos? No preguntéis con torpeza.

Pensad en el gusano.


Al borde del pozo, gusano y amante

los dos punteros del reloj.

El agua está vacía y la amada es un torrente de mil rostros

despeñados.

Ambos sedientos, un sol varonil frente a otro sol, también varonil, pero llorando y sombrío:

el de la aurora y el atardecer, íntimamente enemigos

y cuán quebrantados.


Llegan carretas rebosantes de frutas maduras,

se despiden los ancianos,

las raíces quedan en acecho al sol de la espera,

se acumulan los hechos.


Niño, niño mío, nómbrame sin pestañear,

en un segundo,

las dinastías reinantes -siglos, siglos-,

los monarcas desgajados.

Abuelo, abuelo nómbrame siglos sin pestañar, en un instante,

antes que el ruiseñor concluya la nota de su silbo.


¿Quién osa alzar el tarot vertiginoso?

Todas las fechas están prontas, o marchitas, como nunca nacidas.

Niño y anciano, en este instante tenéis la misma edad:

sólo un instante:

¿no habéis empezado?, ¿habéis terminado?

¡A qué pensar en el gusano!


El rey que tomó la ciudad

y con ella hizo una argamasa de sangre,

dejó el horror, dejó el escarnio;

las vírgenes violadas están vivas, las viudas maldicen.

El rey murió. Un muerto es el culpable.


El diabólico motorista que en carruaje veloz

cruzó la calle sin razón aparente,

a un chico dejó inválido, a una novia le quebró la columna.

El motorista ha muerto.

A él se debe este mundo.


Maravillas y desdichas:

cuanto nos es dado es obra de muertos;

cómo pedirles cuenta, todo trayecto es corto.


Muertos poderosos que nos legaron herencias

imposibles de revivir, imposibles de evitar.

A muertos a muertos se debe este mundo.


Tiempo furioso, memoria feroz.

Esa fuerza desprendida del látigo, que sigue ondulando

cuando la mano que lo maneja ya está hecha polvo,

el latigazo aún azota con destreza terrible y melancólica.


¿Podemos comprender que la amada,

apenas pronunciadas las palabras del amor,

cambie, desaparezca, se destituya?

¡¿Y todavía sientes el calor de su beso

y su boca ha expirado?!


A un muerto, a un muerto se debe este mundo.


(De modo semejante, el Rosal misterioso,

centro ígneo de radio cero, palpita en reposo en el corazón del

jardín,

y de él fluyen los rayos, los pétalos, la extensión de los prados;

salió al día, y extendió los brazos su amor emana

en forma de apóstoles, de mártires, de amantes en todo orden.

y hasta de esas señoras que reparten la piedad y son tanto

más agrias

para que la moneda se vea más dulce y no les pertenece.

El amor, el aroma y los actos fortuitos,

más existentes que sus autores, gemas en silencio,

que no se quieren invisibles, y si se quieren así, al fin y al cabo,

como sentirse llamados a vivir sólo un instante

y servir para mucho, mucho tiempo)


No lamentes la ausencia de la semilla,

ama grandemente el fruto dado.

La semilla debe morir.











Os contaré, amantes, qué hacéis cuando estáis juntos;

lo que yo hice y sentí

en aquel huerto de espigas corporales.

El gallo a mitad del día, erguido para el amor,

y la luna que espera al ave de fuego,

mojada, abierta y silenciosa.


La tome por la mirada, rebanando con mi vista su entrecejo,

y desde ahí, humedecí con su vista en mis manos y con mi vista su

cuerpo,

hasta que su cabeza derramose en mi hombro.

Su cabeza era una blanda caverna donde se escondía el torrente,

el que me llevaría hacia abajo, a las zarzas de sigilo su esplendor.


Palpé el peso sienes, oyendo la tierra piedra,

la piedra azulada por la respiración y el anhélito.

Ella tomó mi boca con su boca, llenar un hueco con otro hueco,

para partir unidamente exhaustos.

Mis labios son yo que salgo; los suyos son yo que entro.

Y nos reconocimos íntimos y temblorosamente obvios.


Comencé a ser mi semejante.


Inquirí su cuello, la columna despierta

hacia la luz intencional explícita.

Besos en su garganta de cascada de nieve, y sus pechos,

particulares bóvedas del cielo, copas de árbol, salidas

de sol y cualquier cosa aquí sólo representada.

Mi boca me ungió único entre dos calores contiguos.

De ser una la esfera,

yo habría inventado la repetición.


Rodeaba mi cintura para hacer ella copa y yo agua.

Quería aprisionarme, y no solo por fuera,

pues podría escaparme hacia adentro,

y para que no me evadiera así, me insinuó encerrarme ella

dentro de mí.

Accediendo la ceñí a mi vez por la cintura,

siendo ella ahora el agua y yo el vaso.

Y se hizo tan íntima, que aún te durmiendo me encontraba con ella

como si la hubiera habitado y comulgado.

Estrechamos la condena y caímos veloz

por la corriente que arrastraba juntos al pájaro y al vuelo.


Su mano en mi nuca bordeaba la piel y el cabello.

Se ponía en la orilla: en la extrañeza y en la propiedad.

Estuve de acuerdo: también como ella deseé los contrarios.

Ma adentre tanteando por el exterior de sus muros

hasta esa cercanía más y más ajena,

pero, ¿entendéis?, sin llegar, sin llegar todavía

a decirle tú.

Sentí lo que ella sentía

y supe que yo era hombre porque ella así lo sentía.

Sentí por ella y me hice rápidamente mujer,

amándome a mí mismo.


Tú eres mujer, tú eres hombre.

Eres el muchacho y también la doncella.

Tú, como un viejo, te apoyas en el cayado.

Eres el pájaro azul oscuro

y el verde de ojos rojos.

Tú eres aquello. Y yo soy tú.

Pero no al mismo tiempo. Por eso entro y salgo.


Eduardoe-lisa Elisae-duardo

Elisaeduar-do Eduardoeli-sa


Se colapsa el vaivén, en qué quedamos,

¿a qué fracción tú-i-yo soy reducido?


E-duardoelisa E-lisaeduardo

Elisaeduardo Eduardoelisa


Si alguien pregunta por mí, respondan:

Salió y no puede entrar.

Entró y no sabe salir.


Yacentes, los brazos y los muslos del uno se enlazaron con

los del otro.

Este abrazo se llama

mezcla de granos de sésamo y arroz.

Si ella coloca, estando acostada, una de sus piernas encima de mi

hombro

y se extiende la otra; después, pone ésta a su vez sobre el hombro

y alarga la primera, rápida y alternativamente,

es la hendidura del bambú.


¡Oh cuerpo nunca completamente poseído!

¡Los cuerpos no hacen tocar el misterio del cuerpo!


Parte por parte, todo con todo.

Aludir y eludir.

Con mis palmas sensibles como espejos internos,

amorosé su espalda;

bajaron por los flancos hasta la juntura que da acceso.


Luego giré en medio círculo y quedó mi conciencia

en dirección a sus pies, ella de espaldas y yo de bruces,

uno sobre el otro:

hicimos así lo que yo llamo

sinceramente

la clepsidra.


No sé cuál de los dos compartimientos recibía y cuál donaba.

Aunque desnudos, fue preciso esta inversión de los cuerpos

para vaciar toda la arena, hasta que vean realmente innatos:

ella y yo, pasado y futuro,

uno consumado, el otro consumido.


Medianoche, sin duda.

Rétame con tus muslos,

tiemble tu herida previa.

Me insertaré tan hondamente

que quedaremos confundidos

más que un hecho con el tiempo que ocupa.


Yo entro, joven mía, calor mío, en ti,

como un llanto en otro llanto.

Astros corren por sílabas,

animales más suaves que.


Horror si estoy en ti, mujer mía, como una llave enajenada

dentro de la velocidad.


Tus pechos son las cabezas del dolor

bajo un cielo que yo amaría devorar

mezclado al agua de mi cuerpo.


Tus nuevas llagas me recorren como una madre al fuego.


Un paso infinito y que nunca llega a realizarse

es la mirada de la mujer que recibe al hombre;

sobre su nariz, el entrecejo es el puente atravesado sobre el goce

el río,

para que yo mida mi alcance, mi agonía

y mi consumación.










Entre los arriates, y más arriba, en las frondas,

una laguna de aire y

A) Twzsst, primer silbo del ruiseñor.

Vendrá el segundo y éste habrá pasado. Pasó.

B) Twzsst, ¿Es de esperar que perdure?

Ya presiento el tercero.

B que es a A,

como C es a B,

lo que vendrá,

será pasado.

¿Es éste la verdad?

No alcanzó a preguntármelo.

C) Twzsst, el tercero.


¡Pronto me abandonasteis!

Twzsst, twzsst, twzsst.

¿En qué momento estás, ave inestable?


Pasó el estío. Pasó. ¿Qué es de él?

No hay ni una hebra de día preservada

para hacer con la amada en los sembrados vivos de la luz inmensa.

Pasó el estío. ¿Pasó?

Confórtame, gusano. Ríe, sombra. Dime:

Es estío todo está aquí presente.









Sólo que cuando el arco de sus labios mintió,

estirando su amor hasta donde ella no podía llegar,

creía que mentía.

Sus palabras son más ciertas: como el volar de la flecha

es más que el arco que la lanza.

¿Y miente, acaso, el arco -el otro-, el que sostiene

con su débil estructura las fuertes y más pesadas bóvedas?

¿Y el otro, miente el arco sobre la cuerda, ambos breves y exiguos, cuando por el mutuo consentimiento de su caricia

puede llegar hasta el viejo y el inválido,

traspasando los huertos su flamante sonido?


Gusano, ¿hemos mentido?,

Y bien, intenta destruir nuestras palabras.











Observa cómo baila la danzarina,

con qué delicadeza

procura no salirse de la forma.

Cada paso, cada ademán, cada figura

lleva el secreto temor de derramar la belleza

que, entonces, transportada, de un momento la asiste.

Cruza, se inclina y gira,

como lo haría un cáliz cuidado no verter

el vino

y quedarse ajado y blando.


Horrible es la visión. No soportamos

la Belleza desasida el apoyo,

ni contemplar el Amor solo, libre, espléndido:

un vino en el aire suspendido

sin necesidad de la copa continente.

Apenas la mano insolvente y menos eterna

no siguió dando respaldo a la acaricia, y ésta, suelta,

es lo único que subsiste,

tampoco toleramos el objeto amante.


¡Torpe! ¿Es el cáliz o el vino lo que ansiabas?

¿O imaginabas hacer tuyos y por ser de un solo sorbo

danzarina y belleza, amada y amor,

motivo y embriaguez?


Turbado, maldices. Quieres aniquilar

ya no la copa de por sí pulverizada

sino el propio licor, que no la necesita.

Balbuces:

‘¿Siempre ha de ser así, más fuerte el Amor que los amantes,

los actos, más que ellos mismos,

de modo que, dormidos,

se abren de pronto los ojos, aterrados contemplan

que el Otro, el Tercero, ha huido, y de ellos no quedan

sino dos cadáveres inocentes?’


Con tiento, con tiento, amantes,

no améis demasiado fuerte;

bailarina, reprime tu danza: no ocurra que

sea tan vivo vuestro impulso,

que, desprendidos de vosotros,

Amor y Belleza

se presenten acusadores y terribles

y os reduzcan a vertiginosos para siempre.










Una bala disparada por un niño que te ama, te mata.

La droga del médico que te odia, te cura.

Es la palabra lo que me hizo vivir. ¿Es mentira la droga?

El sol alumbra para buenos y malos.

Aquel filósofo que, para probarnos la honestidad de su doctrina,

citó a Mucio Scévola cuando testimoniándose

sobrepuso la mano en una llama.

‘!Imposible¡’, clamaron los discípulos de Nietzsche, y éste,

serenamente, colocó una braza en su palma.


Y si hubiera anestesiado su mano, ¿qué dirías?


Yo sé: Venimos de la Palabra:

nuestro destino es regresar.

El canto creó al pájaro y no el pájaro al canto.

Entre las yemas recién húmedas del secretismo rododendro,

un ruiseñor está volviendo a ser canto,

todo canto y solamente canto.


Veo caer al pájaro fulminado por su canción:

corteza vana, luna transitoria,

¡cáscara de su propia luz!









Oh vida, en qué te diferencias de la muerte, me pregunto.

Como el entusiasmo y el desánimo, arrastráis igual substancia. Cómo sé cuándo amanece y cuando atardece.

No tengo mi ayer. No tengo mi mañana. Juzgo que es mediodía.

¿Qué me hace distinguir entre:

‘Antes, iba a ser amado’

y ‘Ahora, ya dejé de serlo’?

Una luz ya apagada vale lo que otra aún no encendida,

el camino es lo mismo de subida que de bajada,

daréis lo no venido por pasado.

El alemán que entra retrocediendo al cine

para simular que va saliendo;

el portero, que sabe lo que es el tiempo,

expulsa al intruso que intenta detenerlo.

¡Alegría! ¡Tristeza!

Vivir, morir, ¿qué color, qué movimientos os distingue?

Pero, sin duda sé cuándo un niño crece y un viejo desmejora; cuando dos parejas, en escaños contiguos, se dan un beso

semejante,

discierno bien que un amor comienza a hincharse y el otro a

marchitarse,

cuándo amanece y cuándo anochece.


Hay amantes -los he visto- que exasperados por rehacer su

embriagante aventura,

retroceden con la mirada vuelta

y se quedan sollozando en el mismo pórtico donde hace apenas

unos días

ciñeron la dicha con sus cuerpos,

e inexplicablemente advierten que una sombra,

exactamente la misma que refresco antaño la vid,

ahora

helaba el brote de los besos.

¡Vida, vida! Sin duda, eres diferente de la muerte; pero ahora,

¡ay, no puedo distinguirte!









‘Hoy’ -digo entre estos muros.

‘Hoy’ -dirán mis descendientes siglos después.

Las paredes serán derruidas; el jardín, regado, crecido, cercenado,

ladrado por el perro.

Niños serán nacidos, serán viejos, serán difuntos.

Nuevas vísperas, nuevas fiestas, nuevas desdichas.

Rosas a los novios, coronas funerarias.

‘Hoy’, ayer. ‘Hoy’, ‘hoy’. ‘Hoy’, mañana.

Reímos. Yo y mi amada reímos;

juzgamos que nuestro ‘hoy’ es el ‘Hoy’.

Reímos, prolongándonos.

Así rieron mis abuelos, sin pensar que vendríamos;

así reirán mañana otros abuelos, echándonos al olvido.

Si los pasados hoy son válidos, este hoy también lo será para siempre.

Si el nuestro vale, los de los demás son inexistentes,

¿Cuál es el ‘hoy’ realmente único?

‘¿Eres tú? ¿Eres tú?’, susurran la hoja que cae.

‘¡O todos o ninguno!

Respóndeme, antes que toque tierra’


Del ruiseñor oigo tres silbos, él reitera uno solo.

Palpita entre aromas y forestas.

Sereno, hace deslizar la noche.

Despierta

la luna hipnótica.










Y apenas te han dado el beso y aún lo gozas

y ya los labios de la moribunda se retractan.

¡Si yo pudiera

volver la flecha al arco, el beso al labio,

la nota a su instrumento!

¿Es verdad que me amó, es verdad que es así es?

Cuando me dijo: ‘Ahora te amo y para siempre’,

¿comprometía al tiempo venidero hasta el punto

que el hoy que ahora vivo debería desestimarse o bien vivirse

sólo como un entonces que logró ser mañana?


Y, sin embargo, qué débil potestad para derogar el pasado.

Allí están tus palabras y tu sientes

que este hoy les traza su contorno para labrar la copa

en que quiero beber toda su muerte.


Decepcioné al gusano:

Lo que ella hizo, lo que ella habló, eso es verdad.

Porque no soy verdad yo, ni es verdad ella, ni eres verdad tú.

Alguien que va a ser dice algo que es.

Todas las bocas son necias; todas las palabras, necesarias.










Hasta el más rústico busca poseer la Belleza.

Si el gañán toma a la mujer por la cintura,

no deja la mano allí en reposo:

desciende a la cadera, y aquí,

tampoco permanece:

regresa a la cintura,

y en sucesivo y veloz movimiento

aprecia y acaricia

y cintura y cadera,

anhelando abarcar ambas

y aprehender no una y otra

sino su muta porción dorada:

5 es a 8, que a las dos vuelve bellas.

Seducidos, exasperados, no logramos

hacer nuestra la relación armónica.

Tú crees que el cuerpo tú crees que es el cuerpo el que apeteces.



¡Gusano son los números!


Amemos con furor, odiemos con vehemencia

5 es a 8, 5 es a 8 rápido, rápido,

hagamos música y locura.

¡Te danzo, sección áurea!


¿Puedo yo poseerla? ¿Puedes tú destruirla?


Hambrientos, vaguemos juntos esta noche

entre números dulces e inasibles.


¡Que no hay mayor soledad que la del hombre

frente a la belleza!


(Gusano):


-En Tcnochtítlan el rostro se ocultaba

de la muerte, con máscaras de máscaras.

Las máscaras bucales de leopardo

cubiertas por la máscara frontales

con la cara de serpiente, y la serpiente

oculta y coronada por el águila.

Nunca el nombre del hombre, ave o fiera

salió desnudo al aire del combate.

En Tcnochtítlan me rompí los dientes

con la nube cambiante de las máscaras.

Gusano y muerte fuimos engañados

por el Guerrero que no dio su rostro

como aquella mujer que no se entrega

al no entregar su imagen o su nombre.

Si no sé qué devoró, no devoró:

no se devora lo desconocido.

Ola falaz, a cada instante otra,

en tus labios de espuma beso errores.

Traición feroz, ceniza irreprimible,

¡qué se hizo aquel polvo enamorado!

El varón, solo yace en el instante

por mientras su cuerpo deslindado.

Amor, belleza, vida, la palabra,

nunca desechos, nunca capturados.

Un mismo solamente lo probable,

otros son imagina lo pasado.

Muerte imposible, vida alcanzable:

gusano y hombre fuimos engañados.










¿A quién amé? ¿A ti en otro lugar?

¿O bien a otra mujer, pero aquí?

Aquella a quien besó aquí ahora,

si cambia el lugar, ¿es la misma persona?

O cambia el tiempo, ¿la persona es la misma?

O cambia el tiempo, ¿es el mismo lugar?


¡Nunca los cuatro estamos juntos!


Un kilo de algodón pese igual que uno de acero.

Tú ejemplifica lo singular.

Te expulsas. Repetirte es otra.

¡Que extraño tu retrato de hace veinte años!

Lo que se vuelve a sentir

muere por primera vez.


En 1940 pensé: ‘En 1950 recordaré este año’.

Ahora, en 1960, recuerdo que

en 1950 recordé que en 1940

me propuse en 1950

recordar 1940.


Es fatal. Estamos en 1960 -¡lo habíamos previsto años atrás!

El ruiseñor canta: tres veces, supongamos:

Tsü, tsü, tsü.

What time is it? Tsü, tsü, tsü.

¿En cuál instante estás, pájaro del bosque?

Solitarios los setos, el fresco olor de las hojas

y el ruido inmemorial del mar.

Tsü -el silbo nivela el reciente y al antiguo;

el niño y el anciano tienen la misma edad:

un instante, un instante, un instante.


Si estando con un hombre

la mujer pone su pensamiento en otro que aún no conoce

y junto o alternativamente con vivirla

presume el término de su pasión actual:

yo la acuso de

divortium aquarum.


Amada, ya amada, llamada.

Venida, ven ida.

Amante, ama antes,

bésame después.

Y dime, con la cara vuelta:

Amor, te esperaré ayer.


Arboleda, no vuelvas de tu aire.

El viento existe: la arboleda nace.

Mujer ausente, sólo el amor perdura.

Extremas la caricia, desvanece tu mano.

Fruta maldita, sino el sabor dejaste.

Flora instantánea, rosa del demonio.

Demonio de las rosas, que quemaste

a cuántos hijos cobijó tu seto.

Zarza en llamas, en ti no se refugia:

gozamos y sufrimos y pasamos:

¡en tu copa de amor no dura el agua!

Puta de tiempo, paso de los dioses,

al amante fórmulas con tus besos,

madre Coatlicue, que es noción y garra.

Se agosta el sol al seco del páramo,

lago Texcoco, sol, sombra de llama.

Impreco al pétreo cielo mejicano:

¡No nació el hombre para hacerse llaga!


Estrecho su cintura sumergida,

penetro en sus caderas sepultadas.

Cuando me creo adentro, estoy fuera,

cuando estoy acogido, ya no hay casa.

Al desear devoro, devoro lo que amo.

¡Cuerpo que odio no desaparezcas!









El tiempo del deshielo, los laúdes sangrantes

deshacen sus pecíolos hacia el oro del bosque,

el faisán duro con su canto intacto

se funde entre las hojas del mucílago.

Ya no la piedra, la raíz sañuda;

al fondo el siervo de talantes venas,

el venado coral, el ala viva,

ayer tocados por el rayo puro.

Ya no puedo aislar cada diamante,

se convierte en carbón, regresa al limo.

Padece cada cosa su contexto:

la mano blanca que pintó una alondra

comete un crimen con la misma estrella,

la que besó más hondo y con más rosa

escupe al Niño herido en la espesura.

El Obispo hunde el hisopo y lo humedece

en el estercolero de nosotros,

con nuestra pasta tranza un arabesco,

una anémona, un delfín, una medalla.

¿Ignoráis por qué lloro? No comprendo

que la boca insulta silbe un aria

que con el excremento se dibuje

la rauda ojiva, un ojo luminoso.

Pero así es. ‘Decir una palabra

y mi alma será sana’.










El sol las cuatro veinte entre los túmulos.

Capiteles que un soplo desharía.

Palomas de verdad con un marco oscuro.

¡Guarda esta gota de agua entre las aguas!


Escucha:

Hubo una vez, hace mucho tiempo, en este instante,

en este mismo instante,

una mujer y un hombre,

un amor,

un instante.


Lee:

Aquí yace un instante,

nada más que un instan-

nada más que un instan-

te.


¡Aspérgenos, Espíritu!

¡Desperdicio, detente! ¡Detente, bello instante!


a eternidad licúa sus zafiros.

Color del vino, resplandece el mar.






Eduardo Anguita (1914-1992)



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